Después de deambular bastante tiempo creyéndome perdido, me encontré bajo un techo. Un refugio especial para mí, donde descansar el peso del alma y los huesos roídos por el frío invernal. Aún sentado en un viejo sillón de cuero, junto al calor de la luz de la estufa, sigo viajando. Como descendiente de Heráclito, sigo como un río que camina hacia el mar. Tanta agua y tantas canas. Tantas y tan pocas.
Hay un silencio. Una paz. Un silencio de corazón contento que ríe. Hay una emoción que no es lágrimas en este páramo. Deja vú de tardes de siesta jugando bajo los ciruelos. Hay un cuerpo que no es el mío y es el mío.
Hay una calidez de almas que fluyen con la corriente. A pesar de todo. Gracias a todo.
Hay tanta risa. Tanto deseo. Tanto amor. Tantas palabras aún embriones.
Algo se forma. Algo se está armando y aún no sé qué es ni cómo se llama. Sólo sé que soy copartícipe.
Hay sábanas con migas de pan. Hay pájaros gritando. Hay sol. Mucho sol. Ese sol que se quiere. Ese sol que se quiere porque es sol de invierno, porque es sol que calienta el aire frío. Hay un solo cigarro.
Hay una naturalidad. Hay una espontaneidad. Hay una despreocupación.
Ritornellos ritornellos ritornellos. Aves cantando. Avances en espiral...
Trigo recién levantado de la cosecha. Qué pasa? Qué estación del año es?
Treinta vueltas terrestres...
y acá estoy.
y siento algo que me llena el alma de sonriente luz: siento que no hay otro lugar donde pueda estar mejor. Y esa vieja sensación la añoré tanto tanto tanto tanto.
No quiero que nadie llene mis huecos nunca más. Son míos y me pertenecen, junto con mis saliencias.
Quiero entregarme hasta donde me lleves.
Hasta donde la corriente nos lleve.
Julio de 2009.
1 comentario:
Te agarro con ambas manos, como se agarra un tazón verde, un tazòn de leche con chocolate en una fria y lluviosa tarde de invierno...fuerte. Te agarro, entonces fuerte y me animo a dar ese salto, salto con vos...a donde me lleves. A donde la corriente nos lleve.
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