Prestidigitadores desarrollan arrogantemente su habilidad ante un auditorio sediento de cualquier cosa que los arrebate de su medincidad. Y en ese arte somos instrumentos. Estamos en el medio de una guerra. En una canica azul arrojada sobre algo.
Somos una insignificancia.
Un número. Cualquiera.
O lo que es peor. Un títere abandonado por su dueño. LLeno de polvo. Un títere inmóvil, guardado en algún baúl. Esperando. O peor, sin saber que espera. Sin saber.
No soy un títere para ser manipulado en un juego de niños que no saben atarse los cordones o sonarse los mocos de la nariz. No soy eso. O al menos no quiero creer que lo soy. Pero, destino, ya estás grande para que juegues conmigo. No es justo que dispongas de todo a tu antojo. No puedo sentirme libre de hacer con mis hilos lo que yo sienta. ¿Qué clase de juego es éste?
No hay comentarios:
Publicar un comentario